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23 de diciembre de 2009

¡Feliz Navidad en tu corazón!




                                                                                   Gaudí: Cripta de Villa Güell


Pesebre en intimidad


¿Podrás visitarme? Yo te invito.
Te será fácil llegar
La senda es ancha. No hay puerta:
Desterrados sobresaltos
De timbres o alarmas.
Así que vendrás. Te servirás cobijo
Yo llegaré al poco tiempo
Para celebrarte.

Hay muchos invitados
Buena compañía. Gente segura
Fiel y sin puertas. No vaciles
En mirarlos/ no temas sus miradas
¡Estarás en paz!
Como si fuera tu casa:
La ventana tu ventana
Y olvidado de la puerta.

Te repito que estaré
En realidad despuntando
Como si nunca
Hubiese marchado.
Así que vendrás. Estarás franco:
Sabio al recibir/ de vuelto generoso
Amante y encendido
Sin dobleces ni escondidas.

El premio que prometo
Es que pasadas las doce
Podrás llevarte mi cueva
En las venas/ en los ojos/ en la lengua:
Hasta el aliento del asno
O la fortaleza del buey
Un cielo colmado de estrellas
Y una alabanza sinfónica.

(c) Carlos Enrique Cartolano. De Poemas del amor que vence a la muerte, 2009






11 de diciembre de 2009

Sueño e insomnio




Instantánea



Más cerca de una foto
Que del film.

Detenido en un acento
Personal:
Pimienta/ estragón
Ajo y albahaca
Porque es italiano
El alambique
Pese a la iluminación.

De mí instantánea
Con fondo de arenas
Y melodías entreoídas
En finales de siestas
Y responsos.

La foto al servicio
Del amor repetido
Y cada noche nuevo
Por la gracia de Dios:
¿Lo merecerá mi foto
Detenida con ajo
Pimienta y estragón
En un paso a nivel
De Buenos Aires?

Subido a la instantánea
Definitivamente lejos
De la película
Y detenido. Como esperando
Que tanto prójimo llegue
O que los hijos bajen.

Más cerca de una foto
Que del film:
Llego rumiando el último texto.

(c) Carlos Enrique Cartolano. De A ojo y de oídas, 2011.

26 de noviembre de 2009

Una idea central




Capítulo 35


El instituto amaneció cerrado el 12 de marzo. El día avanzó sobre una realidad que todos veían cernirse sobre las cabezas, pero de la que nadie hablaba. El instituto estaba cerrado porque no se habían recibido inscripciones, los pocos docentes que quedaban habían decidido conformarse con los puestos públicos, y Fermín no estaba casi nunca.

¿Y si se mudan? ¿Y si se van a algún lugar donde no los conozcan, donde puedan vivir en paz, sin estar en la boca sucia de tantos? Y Adela o Fermín contestaban, sólo cuando pensaban que los comedidos preguntaban de buena fe: ¿Y dónde vamos a ir? ¿Adónde nos va a buscar Mercedes, cuando vuelva?

Cuando vuelva Mercedes. Fermín la veía dar la vuelta por la esquina de Paso y Rosales, encaminándose con paso rápido hacia la casa, cada vez que anochecía y los ramalazos del viento sur venían disparados desde Villanueva, cruzando el campito que parte en dos la vía del Solier. Pero Mercedes no era la que volvía.

Hasta Quique Lauría, de tanto escribir y esperar respuesta, había llamado hace unos días preguntando si seguían estando en la casa, si recibían sus cartas. Adela le dijo que sí, que Fermín no contestaba ninguna carta porque estaba dedicado a buscar a la nena. Que mudarse no se iban a mudar. Que ella iba y volvìa de Bahía, que eso le hacía bien, aunque notaba que si, que la discriminaban. Pero ¿qué se le iba a hacer? Había que trabajar porque cada vez había menos ingresos.

Que Marcelo estaba bien. Preocupado, claro. Llamando casi todos los días, ahora más que antes porque el papá le había prohibido terminantemente viajar al país. Se había recibido y estaba trabajando en investigación en San Francisco, en la misma Universidad de California que lo graduara. Quería que ellos viajaran. Que a ella le gustaria, pero que Fermín no quería saber nada.

Él deambulaba, más que andaba. Atacado por su alergia en grado preocupante, avejentado, perdida definitivamente la atención notable que lo distinguiera en su relación con los demás. El resultado del dolor, de su firme voluntad de arrastrar la cruz hasta donde sus fuerzas alcanzaran. De reunirse y de conversar con quienes ya se reunió y conversó antes sin resultados, de presentar su solicitud desesperada de paradero a quien fuese y donde fuera. Y hasta de recibir afrentas personales y amenzas, que no le preocupaban en lo absoluto.

Había perdido el sueño y dedicaba buena parte de la noche a maquinar su recorrido del dìa siguiente. Adela podía dormir algo más, y eso era una gran cosa, sobre todo porque así no se preocupaba viéndolo a él en vela. Eso de la imagen, que todo puntaltense lleva implícito, él lo mantenía sólo con quienes quería. Solamente a ellos les demostraba una fortaleza exterior, difícil de justificar para sus adentros; y la primera en la lista era Adela. Con Marcelo era algo más fácil, porque se trataba del diálogo telefónico. Pero terminaba el día deshecho, claro, después de tanto esfuerzo.

Por lo general, cuando bajaba del ómnibus o cruzaba el paso a nivel de la base para atravesar el centro hacia su casa, necesitaba convocar sus recursos orgánicos como para enfrentar la entrada a su casa de Rosales, tan distinta ahora a lo que fue meses atrás. ¡Ya no había ánimo ni cordura para el mate, más un festejo compartido que una bebida solitaria! Así que se había aficionado a una media horita con café y alguna copita en El Central. No era que antes no lo pisara. Sólo que ahora su presencia era habitual. Allí también estaba comprometido en los comentarios intencionados que se producían a su alrededor en rigurosa voz baja. ¡Pero como no le importaban!

Así, una tardecita de abril se encontró con la media mirada de Núñez desde otra mesa del bar. Era una de esas personas sobre las que se piensa que, concluida una etapa, han muerto y que será imposible volver a encontrarlas. Pero allí estaba, con sus relucientes siete vidas, como si fuera un gato merodeando tachos de basura.

- ¡Qué raro vos por aquí! ¿Cómo estás?, se atrevió a exclamar casi el tuerto, sentándose sin autorización en la mesa de Fermín. Notó que su anfitrión tomaba su avance con desagrado, por lo que agregó – Permitime…, es que tengo que darte algunas explicaciones, porque no quiero que sigas pensando mal de mí.

-  Está bien. Y no se por qué creés que te juzgo. Verdaderamente tengo cosas mucho más importantes en qué pensar.

- Lo se, querido. Lo se… Aunque no viniera más a Punta Alta, hubiera sabido qué es lo que te anda pasando. Y por eso, justamente, es que necesito explicarme con vos.

- ¡Ah!, reaccionó Fermín. -¿Vas a intentar envolverme otra vez en tus intrigas y a mentirme como si fuera un chico?, notándose ahora que la presencia del tuerto le desagradaba.

- ¡Nooooo…!  Pero si yo siempre fui una víctima. Si esa carta que escribiste me perjudicó más a mí que a vos. Vos no sabías  que a cambio de unos pesos que volvieron a reconocerme, yo estaba de nuevo con ellos. Que me habían perdonado y me habían puesto junto al capitán finadito éste que vos conociste.

- No te creo, Núñez. Reconozco tu derecho a darme todas la explicaciones que quieras, sin embargo. Pero… ¿podrás descargarte rápido? Estoy muy cansado a esta hora.

- Lo que vos quieras, viejo. Te cuento rapidito, para que te resulte barata mi presencia. Estoy atendiendo a un capitán del ejército, retirado él, que viene desde Paso de los Libres, buscando información sobre su hija que parece que fue fusilada por los vecinos en enero.

- ¡Otro más al que vas a engañar! ¿Y vos qué sabrás de todo eso? ¡Lo vas a engatusar a ese milico!

- Mirá. Se más de lo que vos te imaginás. Hasta podría ayudarte a buscar a Mercedes…

Esas últimas palabras sonaron a Fermín como un sacrilegio. Interiormente lo vió entrar a Núñez, corriendo precipitado, vociferando en torno de la presencia de Mercedes, pateando la custodia con el Santísimo. Tal, el paisaje de su corazón por esos días. Sintió que aquello era demasiado y no encontró fuerzas para reaccionar, para levantarlo de la silla a los tirones, para trompearlo, para hacer cosas que nunca había hecho en su vida. Sólo pudo contestar brevemente:

- ¿Y cómo?

A los pocos minutos, se incorporó a la reunión Roberto. Era el padre de Laura, muerta en Bahía en enero. Él había estado ya, cuando retiró el cuerpito de su hija, pero ahora volvía intentando saber qué era lo que había pasado. Iba soltando las palabras como si las masticara, la vista gacha, con un decir correntino que convocaba e inspiraba confianza. Un tipo humilde pese al grado militar. Es que ya se había divorciado de las armas, ya estaba de baja por esto que le había pasado con los hijos. ¿Qué cómo con los hijos? Es que le habían matado al mayor, a Pablito, en noviembre del año pasado, después de que desaparecieran Laura y Carlos en Mar del Plata. Que decían que había sido un enfrentamiento, igual que con Laura. Pero que le habían devuelto a los hijos con las espaldas cubiertas de disparos. Que como Carlos, Lilian, la novia de Pablo, también había desaparecido.

Aquel correntino morocho, amable y respetuoso, sorbía su te mientras seguía contando. Las historias se iban enlazando, el espanto era uno y el mismo. Él había llegado a la base para encontrarse con un primo, que era suboficial aquí mismo. Que el primo lo había atendido muy bien, tanto que solicitó explicaciones en su nombre al jefe, un teniente de navío del que no recuerda el nombre. Roberto había presenciado el diálogo entre ambos, claro que a la distancia, por lo que no había escuchado todo lo que el teniente le contestaba a Jorgito, su primo, pero que una cifra sí recordaba porque el otro la había repetido varias veces. Tres mil. ¡Tres mil! Parece que es la cantidad de personas que pasaron por aquí, en las condiciones en las que habrá estado Laura. Presas. Condenadas. Él no podía imaginarse en qué condiciones. Y nadie podía decirle dónde se los había condenado.

Además, pasar para qué. Como si los chicos pasaran por una máquina de marcar ganado. Y después durante meses, qué. ¿Para después matarlos?

Allí aparecía Núñez incorporándose al armado del rompecabezas. Recomendado a Roberto por Jorge, como viejo compañero retirado, conocedor de los ficheros que se armaron en los puestos de control. Y era cierto que de esos ficheros algo sabía el tuerto, como que le había ayudado a Roncoroni apenas se habían dado cartas y todos se encontraron con ascensos y cargos diferentes. Pero que eso no había durado mucho, porque a él lo habían pasado a los polvorines, donde estaba hasta ahora mucho más tranquilo. Pero que sabía que había dos destinos, y que habían traído mucha gente desde Mar del Plata.

- ¿Y no sabe dónde los tenían?, preguntó Roberto sin demostrar demasiada ansiedad.

- No. Es un tema reservado a algunos jefes. Fijesé que ni el capitán que me mandaba entonces sabía adónde despachaba a la gente… Tierra o mar, recuerdo que decía. Pero nada más.

Fermín reconoció a Roncoroni en el relato. Un escalofrío le recorría la espalda y no lo abandonaba. ¿Y entonces, para qué había hecho venir a Roberto al Central? ¿Cuál podía ser el interés del tuerto? Le querrá sacar plata, pensó Fermín, y después sintió que lo prejuzgaba, que quizás nunca había tenido mala intención, que su único pecado habría sido estar junto al dichoso capitán que arrastró a Mercedes.

Tierra o mar, en efecto. Al socavón de la séptima batería, o al nueve de julio plagado de ratas. En ambos casos al horror, y posiblemente también a la muerte. ¿Cómo podía saberlo este correntino buena gente que llegaba de Paso de los Libres? Ni siquiera podía imaginarse que su hija había sido la única capaz de interponerse entre los maringotes y las otras cautivas, tenaz, haciéndoles aparecer a los torturadores aunque más no fuese un vestigio de la culpa que esos hijos de mala madre habían perdido hacía mucho ya. Que los había insultado todo lo que le habían dado las ganas. Hasta cuando la victimizaban clavándola en la cruz.

- Son momentos, reflexionó Roberto, en los que uno piensa que aprende a vivir otra vez. Y a partir de la experiencia de los hijos. ¿Qué extraño, no?

- No tiene que sorprenderle. Yo tengo a mi hija desaparecida. No me canso de buscarla, porque así debe ser… Usted tiene una certeza que yo todavía no tengo, su muerte. Pero creo que a costa de este calvario voy descubriendo un camino que ella me marcó y que antes no veía.

El tuerto se había quedado callado, mirando alternativamente a uno y a otro padre sufriente. Los escuchó compartir su dolor, sin dudas uno de los espectáculos más soberbios de la creación. Por lo edificante, porque reconcilia y redime.

- Seguro que usted siempre la respetó. Que no le impuso nada más que su experiencia, y con mucho amor… Yo hice eso. Ni siquiera sabía cómo pensaban mis hijos en lo polìtico, porque les tenía una confianza inmensa.

- Ella es una chica solidaria. Estaba trabajando con la gente de bajos recursos, ayudándolos en la educación de los hijos. Ni siquiera me consta que estuviera militando en montoneros, como ahora dicen.

- Mire, mi amigo… Si ella estaba trabajando por la gente, ya estaba en política. Esto se lo digo yo, que me formé en el arma de ejército; aquí los militares no nos quieren… Mi pueblo ha dejado de ser una comunidad cívico militar. Yo le diría que hoy es militar cívica. Porque la opinión de la gente común no cuenta más. No es gente. Ahora le dicen población…

- Aquí pasa lo mismo. Usted expresa con términos bastante elocuentes lo que todos sentimos. ¿Es que nadie va a acercarse a nosotros, que hemos hecho tanto por nuestra comunidad, para ayudarnos en un trance tan difícil?

- Ellos no distinguen, dijo el tuerto. – A esta altura les dan lo mismo los comunachos que los peronachos, y aunque sean nacionalistas y clericaloides, si van por la mano contraria a la de ellos, tampoco se salvan.

- Están enfermos de soberbia. Pensar que yo en algún momento sentí orgullo de vestir el uniforme, reflexionó en voz alta Roberto.

- ¡Pero si usted hacía bien, amigo!, quiso tranquilizarlo Fermín. Son los primeros en ofender la investidura, porque se olvidan que están para servirnos a nosotros.

Sin que los autoconvocados lo advirtieran, se había formado un abanico de atención alrededor de ellos. Los que estaban jugando al billar, frotaban la tiza incansables con tal de no pegarle a las bolas y perderse con el ruido algún detalle de lo que hablaban los tres hombres. Que si estaban en la mesa Fermín y el tuerto, ya se sabía que había que derrochar oreja.

Roberto pagó las consumiciones. Tres cafés, dos reservas san juan y un sifón. Después caminaron juntos hasta Roca, y los dos padres se compadecieron mutuamente un rato más. Cuando Roberto se encaminó hacia la casa de su primo, Fermín retuvo al tuerto.

- ¿Y vos qué sabés de Mercedes?, le preguntó como quien suelta una papa caliente que estuvo incendiándole la boca durante horas.

- Que no está aquí. Que seguramente la tienen en Bahía, porque la detuvo ejército y esos códigos los respetan los maringotes…

- Y vos creés que está viva…, afirmó antes que preguntar el padre.

- Quiero creer que está viva, viejo. Voy a ver si te averiguo algo.



De Huevos en la herida, novela (2008-2009)

9 de octubre de 2009

Cuarteto para Cuerdas




Escuchando a César Franck
Con la tarde inmóvil
Derramada en cada hoja.
La música tampoco cesa:
Es tu sonrisa
Coronándonos amarillo.

Mi cuerpo reposa
Cubierto de besos
Mientras volvés a pasar
Musicalmente: Mis dedos
Van impresos en tu piel
Como hojas verdes.

Me he llevado tu mirada
Que suena como la tarde
Y no termina.
Vos te llevaste mi caricia
Y la hacés relampaguear
Al horizonte.

La vida como una partitura
Se estira y vuelve a ejecutarse
Siempre en notas idénticas.
Pero son otros brillos:
Tus ojos observándome
Mi mano que acaricia tu vientre.



(c) Carlos Enrique Cartolano. De A ojo y de oídas, 2010

22 de septiembre de 2009

Últimos poemas



Poema final


(Recuerdos de Montegrande, Valle del Elqui)

Por ahora son cuatro
Casuarinas contra el lechoso
Amanecer noreste.


El anuncio del reino:
La casa escuela de adobe
Sobre el barranco de pinos.


A los que el camino angosta
Y un verso urge desde el tiesto
No nos importa la desnuda nota.


Cuidamos la sinfonía
Alimentada de pariciones repentinas
Adornada con podas de la prosa.


Presiones

Caminamos mientras nos miran:
Cargamos una historia
De persecución y torturas.

(Quinientos años
De guerras de independencia)
No saben si soltarnos ya
O cerrarnos el cepo sobre el cuello.


Como gusanos

Asoma de tarde en tarde
Un gusano engordado
Que entregó su vida.

Las hormigas le tienden
Un sudario
Y mordisquean
Al transportarlo.

Así también
Versos falsos
Que ha engordado wonderland
Se me resbalan.

En cortejo enmudecido.


Biblioteca

Los lomos se tienden
Plantando tornasol
Al infinito del estante.

Así también la vista
Busca un horizonte
Con poemas de pie.

Todos van parados
Y vienen cantando
Lo más alto en la vida.

Igual los recuerdos
Sobrevivientes.

(c) Carlos Enrique Cartolano. De Poemas del amor que vence a la muerte, 2010





Dos poemas de Primo Levi





Ostjuden (*)


Padres nuestros de esta tierra,
merecedores de múltiple ingenio,
sagaces sabios de la prole numerosa
que Dios sembró en el mundo
como Ulises la sal en los surcos:
os he vuelto a encontrar por todas partes,
tantos como la arena del mar,
vosotros, pueblo de cerviz altiva,
pobre y tenaz simiente humana.

                                                           (4.02.1946)



D R M Rilke


Señor, ya es tiempo: ya fermenta el vino.
Ha llegado el tiempo de tener una casa,
o quedarse mucho tiempo sin casa.
Ha llegado el tiempo de no estar más solos,
o nos quedaremos mucho tiempo solos,
consumiremos las horas con los libros
o para escribir cartas lejanas,
largas cartas de soledad,
y recorreremos una y otra vez las alamedas,
inquietos, mientras caen las hojas.

                                                           (29.01.1946)

(*) Judíos del este

De Ad ora incerta. Traducción de Ana María Cartolano


Primo Levi (Nacido en Turín el 31.07.1919; muerto en la misma ciudad el 11.04.1987): Escritor italiano de origen judío sefaradí, autor de memorias, relatos, poemas y novelas. Militante de la resistencia antifascista, fue uno de los sobrevivientes del holocausto. Es conocido sobre todo por las obras que dedicó a dar testimonio de ese período nefasto de la historia europea, particularmente por el relato del año que estuvo prisionero en el campo de exterminio de Auschwitz. Su obra Si esto es un hombre está considerada como uno de las más importantes del siglo XX. Nacido en el seno de una familia liberal judía, se licenció en química en la Universidad de Turín en 1941. En 1943 él y sus camaradas salieron al campo e intentaron unirse a la resistencia antifascista italiana. Pero inexperto para correr esa aventura, fue arrestado por la milicia fascista, que lo entregó al ejército de ocupación alemán al identificarse como judío –si se hubiera reportado como partisano, lo hubieran fusilado en el acto-. Fue deportado a Auschwitz en 1944, uno de los campos de exterminio situado en la Polonia ocupada por los nazis; allí pasó diez meses, antes de que el campo fuera liberado por el Ejército Rojo. De los 650 judíos italianos de su remesa, Levi fue uno de los 20 supervivientes que dejó vivo el campo. Al regresar a Italia, Levi ejerció como químico industrial en la factoría química SIVA en Turín. Pronto comenzó a escribir sobre sus experiencias en el campo y su vuelta subsiguiente a casa a través de Europa del este, en las que se convirtieron en sus dos memorias clásicas: Si esto es un hombre y La tregua. También escribió otras dos memorias muy apreciadas: Momentos de indulto y La tabla periódica. Momentos de indulto lidia con personajes que observó durante su prisión. La tabla periódica es una colección de piezas cortas, mayormente episodios de su vida, pero también dos relatos cortos, todos relacionados de algún modo con alguno de los elementos químicos. La ambiciosa novela Si ahora no, ¿cuándo?, que cuenta la historia de una banda de partisanos judíos durante la Segunda Guerra Mundial, errantes por Rusia y Polonia, ganó los destacados premios Viareggio y Campiello cuando fue publicada en Italia, e hicieron a Levi internacionalmente conocido. Levi se retiró de su posición como gestor de SIVA en 1977, para dedicarse a escribir a tiempo completo. El más importante de sus últimos trabajos fue su libro final, Los hundidos y los salvados, un análisis del Holocausto en el que Levi explicó que aunque no odiaba al pueblo alemán por lo que había pasado, no lo había perdonado. Levi murió, aparentemente por suicidio, el 11 de abril de 1987, aunque algunos amigos y biógrafos han cuestionado el veredicto. La cuestión sigue fascinando a los críticos literarios debido a la mezcla característica de oscuridad y optimismo en la escritura de Levi, quien no dejó nota de suicidio (FUENTE: Wikipedia.com).

8 de julio de 2009

Aliento americano


Nueva poesía mexicana: Marlene Pasini

LEJOS DESDE LA NOCHE

para Taby

In memoriam


Vuelves rondando caminos invisibles,

el viento es la patria que te arrulló con sus alas de indulgencia,

arrecifes de aire para el mar que estrella su lamento

sobre la noche de tu sueño.


Gravita niebla, su resplandor contra tu rostro,

el cristal donde vislumbras el fondo del ayer,

los restos de un tiempo sin tiempo en el temblor de tus visiones.


¿Qué murallas derriba tu voz en el sigilo de la noche?


esa distancia que cae como un telón entre el vacío y la memoria

ardiente de los días.


¿Qué emisaria luz convocas desde el jardín insomne, bajo las piedras

que resguardan el color de las eneidas?


Semejante a rumor de fábula,

creciente llama en el umbral desierto,

te miras en un espejo de humo

y eres el humo mismo que arde al otro lado del inmenso túnel;

vértigo con sabor a pálida marea,

agua muda donde anclaste el árbol de tu misteriosa sombra.


Pides al alba que desgarre su luz

donde la soledad es el rito acostumbrado

bajo el polvo de los siglos,

bebes tu copa de miedo bajo la sal de los augurios,

el aposento más oculto entre la urdimbre que maquina el destino.


Y llegaste poco a poco a fundirte en el silencio,

a ser la brizna que golpea indiferente,

un cuerpo de bruma sumergido en su Orión de seco escalofrío,

con tu mañana envuelta en burbuja inmóvil,

último eco de arena pasajera.


Pesa en ti la estación de la nostalgia,

la demencia gris de la tormenta pudriéndose en la boca oscura de la tierra.


¿A quién le clamas por este abismo?


Canto mutilado de cuervos que horadan el profundo cielo.


OBSIDIANA

Olor a niebla

disuelto entre mis manos.

Extraña sombra

desdoblando sus contornos.

Erosión mineral del tiempo.

Ignoro

la sucesiva escritura de la noche,

su altitud de universo disgregado.

Soy apenas murmullo

en la eternidad del vértigo.

Esta penumbra:

diluvio de obsidiana

es hiedra enraizada

hasta la recóndita

ramazón de mis huesos.


Xinantecatl (*)

Estación de agua

sobre la copa de sauces.

En brillos derramados

pupilas de lluvia

diluyen caminos de otro tiempo.


La tarde se cierra.


Ocre resplandor envuelve

en taludes de aguanieve

la cúspide volcánica.


Tajada de tiempo,

en las alturas el silencio,

alas de águila sueñan

ser la luz del relámpago,

el imperio de los dioses.


Desde las lagunas del cráter

ascienden vahos de azufre

y antiguo copal,

mientras un dios lluvia

vigila su oro azteca,

su códice de astros.

(*)El Xinantécatl o Nevado de Toluca: Volcán extinto mexicano situado en México , entre los valles de Toluca y Tenango (Valle del Matlazinco). Precisamente a 22 km al sudoeste de Toluca.

LA AUTORA INVITADA:

MARLENE PASINI es comunicóloga, escritora y poeta mexicana. Tiene publicados los poemarios “Cristal del tiempo”, “El silencio es otra noche”, “Recintos bajo el sol”.

Ha sido incluida en las antologías: “Desde el fondo de la gruta” de la Universidad Autónoma del Estado de México y “Cuando las olas se hicieron palabras” (Poetas del nuevo siglo mexiquense).

Poemas suyos han aparecido en las revistas: “Magisterio”, “Casa del Tiempo” “Molino de Letras”, “El búho”, Norte/Sur, “Letralia”, Arte poetica.com y en el programa radiofónico “Arinfo” de Argentina.

14 de junio de 2009

En un mar de palabras huecas:


LAS VOCES DE LA TIERRA
Estamos rodeados de palabras, sumergidos o inmersos en ellas; apenas si asomamos la cabeza del océano verbal cuando alcanzamos a hilvanar alguna que otra definición. Este medio líquido en el cual nacimos y ahora mutamos, boqueamos fracasando o flotamos al fin como elegidos del Supremo Hacedor, es francamente temporal.
Quiero decir que vivimos escuchando lo que se dice y lo que se repite en nuestro tiempo, con el idioma de nuestra época; somos contemporáneos de una lengua en particular. O a lo sumo nos proponemos desoírla, rebelándonos furiosos frente a las imposiciones mediáticas, ante la difusión pública, ante verborragias políticas –que por lo general terminan siendo fascistas o materialistas-. Inútil, por supuesto. Las palabras continúan fluyendo; todas enfiladas y parejas en significados y significantes. No hay términos medios ni concilios de la lengua.
Está La Palabra, claro. Pero… ¿Quién la lee? ¿Quién la escucha? Se la reputa antigua, extemporánea, distante de las prioridades del tiempo que vivimos. Y también están todas las palabras que alguna vez se dijeron en el mismísimo espacio que ahora ocupamos, o alrededor de él, en este distrito al que pertenecemos porque por él fuimos paridos. Tanto para la una –la eterna- como para la otra –la olvidada- el público está ausente. Sólo unos pocos merodeadores, cavadores de cenizas, místicos incorregibles, escuchas de sonidos ocultos en el silencio, deambulan alrededor de la vaguedad, la ambigüedad, lo indefinible por naturaleza.
Estos son los fabricantes de fronteras. Los que consiguen distinguir entre mar y farallón, entre seco e inundado. Entre Dios y demonios. Aún entre mallín y sendero firme. Ellos forjan la lengua verdadera. Aquélla a la que amaneceremos en poco tiempo, cuando una nueva edad dorada supere la gran depresión en que nos debatimos.
Francamente yo me conformaría con volver a escuchar lo que se dijo durante los últimos mil años, a lo largo de las últimas treinta generaciones. Me bastaría con trazar una línea que uniese los puntos más altos y otra que emparejase los menores; aún trazaría una media que me permitiera cualificar la lengua de treinta generaciones. Y esta sería una fina medida, frente a la miserable e insuficiente referencia de nuestros veinte o treinta años atrás y adelante.
Una vez, hace muchos años ya, un profesor me dijo que en época de los romanos no existían los grabadores. Y que por eso era imposible saber cómo pronunciaban su latín. Tampoco existían los grabadores dos generaciones antes de la mía, y mucho menos treinta y dos veces treinta años atrás. Apenas si conocemos algunos nombres propios, las palabras con las que se designaban algunos objetos, o se llamaban los animales más frecuentes. Aún así, la pronunciación de estas palabras es materia opinable al infinito porque se carece de referencias; la mayor parte de las lenguas nativas fueron ágrafas o comenzaron a ser escritas en el mejor de los casos llegadas a su madurez, si no cuando ya estaban definitivamente muertas.
Me conformaría, entonces, con conocer la música que se desprendía del murmullo de las gentes pampeanas. ¿Qué sonidos primaban? ¿A qué lenguas actuales se parecían? ¿Había dulzura o acritud en estos sonidos gregarios, en las primeras voces que poblaron las planicies salobres, o el mar que aún hoy no termina de nacer?
¿Era ésta una comarca violenta o pacífica, según cómo manifestaban y se relacionaban sus pobladores originarios? ¿Eran esos hombres felices o infelices? ¿Ricos o miserables? ¿Qué nos hubieran aportado si los hubiésemos respetado, si nos sobrevivieran?
Hay una experiencia posible; ella consiste en recordar sus nombres y en repetirlos. En escucharnos cuando lo hacemos, y en descubrir la cadencia de una cultura combatida y exterminada por intereses prosaicos. Hagamos la prueba:
Ancalaoan, Angká-namún, Bagual, Carilef, Chanquetrox, Dionisio, Epugner, Foigel, Guatoc, Hunee, Iemul, Joujuna, Kalaqapa, Lincon, Manquelaf, Nacucheo, Okénel, Painé, Quinteleu, Rapuin, Shaiweke, Tretruell, Utraillán, Venancio, Wutrak, Xalamelec, Yanquetruz, Zapa.
Y hagamos otra prueba con una nueva secuencia:
Antipán, Akual, Bala, Carrayné, Chagallo, Chanil, Detuella, Entraigas, Fabri Llanquetrú, Galelián, Haisho, Iankütrú, Jünna, Kiñegür, Lailó, Llanquitruz, Maiká, Nahuelquir, Paillatur, Quiñé, Roco, Sacamanil, Tapalquén, Umiguanqui, Viñol, Wánchik, Xalamelec, Yanketruz, Zomó.
A continuación, propongámonos armar secuencias fonéticas con otros nombres, más cercanos por cierto: los que hasta ahora conocemos como pertenecientes a jóvenes secuestrados, ilegalmente detenidos en centros clandestinos, torturados y exterminados. Ellos también deambularon por nuestro distrito; pueden considerarse el otro extremo de nuestra cultura linguística. Sólo que en este caso, no se trata de descubrir o despolvar herencias, sino de jamás olvidar; se trata de nombres que mantendremos vigentes en la memoria colectiva.
¿Qué hay de común entre aquellas generaciones de cazadores y raspadores que defendieron familias y madre tierra y esta otra de nuevos libertarios que imaginaron una sociedad sin desigualdades ni injusticias? Ambas sirvieron como pretexto para la imposición de soluciones fascistas. Los dos episodios fueron rubricados con sangre inocente. Tanto ¨la conquista del desierto¨ como ¨la guerra antisubversiva¨ estuvieron movidas por intereses económicos. Ambas encumbraron a positivistas que dieron justificación doctrinaria a los exterminios. Tanto una como otra permitieron que arribaran al poder regímenes omnímodos, a su vez mesiánicos, defendidos como ¨soluciones finales¨ frente al desorden, el caos y la inseguridad. Tanto ¨la conquista del desierto¨ como ¨la guerra antisubversiva¨ permitieron que ¨el partido militar¨ se consolidase.
Finalmente: ambos exterminios desoyeron La Palabra. O a lo sumo se ocultaron tras las formas mientras traicionaban los contenidos. Abusaron de los significantes y contribuyeron a descargar un torrente de palabras huecas. Como este mar en el que estamos inmersos; éste, en el que intentamos afanosamente poner a flote las definiciones superando la oscuridad, la confusión y la mentira.
Porque tenemos esperanza. Porque hay otros que nos necesitan. Y porque Dios existe.

(c) Carlos Enrique Cartolano. De Tierra Regada -La independencia mal tenida-, fragmento del prólogo, 2011.

Otra Cartografía:

Salida de emergencia


Para evacuar conciencia
En emergencias dolorosas
Será menester buscar
Una puerta al fondo. O si no:
Un hoyo simple de araña
O de termita. Pozo azul
Donde el tiempo vuelque
Sus babas cazabobos.

Habrá que acudir a solas
Porque el paso es solitario
Sin barqueros/ Sin mundo
Encendido de mujeres
Sin planes presuntos
U obligados.
Y sin cartografías.

Bastará con levantar la vista
Recibir el soplo fresco
Y superado el umbral
Mirarse en la promesa
Del padre encriptado
Con códigos nativos.

La pregunta final
Alcanzará su sueño
En trompo serpenteante:
¿Será fácil reconocerme
Desde el espacio exterior
Cuando de mí esté olvidado?

(c) Carlos Enrique Cartolano, de ¨Poemas del amor que vence a la muerte¨, 2011.